¿Sobrevivirá la democracia?

28 octubre, 2019

                  A Lucilla Castellucci (1946-2019)

Voy a reseñar el último libro de un periodista y estudioso inglés que por razones de trabajo ha pasado gran parte de su vida en diversas partes del mundo entre las cuales las Filipinas, India y Estados Unidos. Se trata de un texto en que se tocan varios temas del presente mundial que convergen en una pregunta: ¿sobrevivirá la democracia liberal en las próximas décadas? El autor es Edward Luce, el libro: The retreat of western liberalism (El retroceso del liberalismo occidental), 2017.   

Habrá no pocos pensadores y políticos radicales en América Latina y en otras partes del mundo para los cuales el descalabro de la democracia occidental (aquello que despectivamente se indica a menudo como eurocentrismo) será razón de satisfacción: una especie de justicia histórica tardía por los siglos de colonialismo y saqueos impunes de los cuales varios países occidentales fueron responsables. Ciertamente no les faltarán razones pensando en el comercio de esclavos, en la reducción a servidumbre de enteras poblaciones del mundo o en el saqueo secular de recursos naturales. Sin embargo, razonar así nos acerca a la metáfora del niño y el agua sucia. A aquellos que piensen que el desmoronamiento de la democracia liberal sería un acontecimiento beneficioso habría que preguntar si la lapidación de las adulteras, el sistema de castas, los sacrificios humanos, la amputación de artos por robo y distintas formas de teocracia o de caudillismo guerrero previos a la democracia liberal les resultarían aceptables. Libertad individual, pluralismo, división de poderes, derecho de organización social, etc. se han vuelto valores universales e independientemente de su origen (y limitaciones) son hoy un anhelo para los pueblos que no adolecen de estos derechos o para aquellos que ven su amplitud restringida o amenazada.

En este libro se ponen, en resumidas cuentas dos temas centrales que amenazan la democracia liberal. Uno de ellos es que en la próxima generación la mayor autocracia del mundo (China) tendrá una economía superior a la de Estados Unidos y Europa juntas. Los equilibrios del poder mundial están destinados a alterarse radicalmente y si China seguirá siendo un país de partido único el impacto antidemocrático será inevitable y de consecuencias incalculables sobre el resto del mundo. El otro peligro viene desde el interior de Occidente, de una fragmentación social creciente que hace retroceder la confianza en las instituciones democráticas y abre el campo a un populismo iliberal del que Trump es hoy un primer anuncio además de la multiplicidad de ejemplos en los países “en desarrollo”. En un mundo con reglas democráticas debilitadas y nacionalismos robustecidos, el signo sobresaliente del futuro será la incertidumbre ligada a problemas cada vez más globales frente a una marea montante de nacionalismos inhábiles a enfrentarlos con alguna posibilidad de éxito.   

Estamos entrando en una edad de convergencia mundial debido sobre todo al desempeño económico sin precedentes de China e India. Una convergencia que llega después de más de dos siglos de divergencia iniciados con la Revolución industrial de mediados del 700. En aquellas fechas, en efecto, China e India producían todavía tres cuartas partes de las manufacturas mundiales. En otros términos, la actualidad parece indicar que estamos volviendo a la “normalidad” histórica después de dos siglos de anomalía.

Pero a nuestro autor se le olvida mencionar un detalle: en 1750 las sociedades china e india, a pesar de su fuerte gravitación mundial, se encontraban encerradas en sí mismas y entrampadas en rigideces estructurales frente a una Europa occidental que desde hace medio milenio se había convertido en un teatro de innovaciones tecnológicas, luchas de las repúblicas urbanas contra la aristocracia rural, redes de comercio cada vez más amplias e inter-conexas, etc. En el norte de Italia desde el siglo XII varias ciudades combaten exitosamente contra el emperador y contra la nobleza aledaña que pretende controlar ciudades cuya incipiente burguesía busca el autogobierno. La servidumbre estaba comenzando a desaparecer y Europa iniciaba el camino hacia una nueva sociedad (basada en el comercio, las innovaciones y la competencia) mucho antes que Cristóbal Colón llegara a las Antillas y Vasco da Gama a Calicut. Pero al inglés Edward Luce no se le olvida mencionar la Carta Magna de 1215 con la cual se ponen por primera vez limitaciones al poder absoluto del rey en Inglaterra.

Volvamos al presente: la edad de la convergencia mundial es al mismo tiempo edad de la divergencia al interior de los países desarrollados (y no sólo) donde las distancias entre ricos y pobres se amplían como nunca había ocurrido en varias generaciones. En media en el curso de las últimas tres décadas la distancia entre los ingresos de los dirigentes de las empresas y los de sus empleados en Estados Unidos ha pasado de 40 a 400 veces. Edward luce apunta que en el año 2000 un tercio de los estadounidenses se consideraba pobres, una década y media después la cuota había subido a la mitad de la población. El PIB de Estados Unidos avanza (si bien en niveles bastante inferiores a las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial) mientras, al mismo tiempo, los ingresos de mitad de la población retroceden. La movilidad social que había hecho del país un modelo mundial se está desvaneciendo con asombrosa rapidez.

Los partidos políticos (especialmente el demócrata) se han ocupados en las últimas décadas, nos dice Edward Luce, de la ampliación de los derechos civiles de diferentes minorías discriminadas, pero no han dedicado una atención comparable a una clase trabajadora que veía (en parte por el avance tecnológico y en parte por la competencia china) contraerse sus condiciones de vida y de trabajo. Un solo ejemplo: en 1950 se requerían 45 horas en promedio para pagar el alquiler en una de las grandes ciudades de Estados Unidos, hoy se requieren 101 horas. El resultado de todo esto es que en las elecciones de 2016 los 500 condados más ricos del país votaron por Hillary Clinton mientras los 2600 más pobres votaron por Trump.  Moraleja: no vimos llegar el tren que nos estaba embistiendo. Por cierto, procesos similares ocurren en toda Europa. La mayoría de los londinenses votaron contra el Brexit mientras en el interior del país la mayoría votó a favor. En Francia y en Italia, es en las grandes ciudades (y sobre todo en sus barrios más ricos) donde los partidos liberales y progresistas ganan mientras pierden en los pequeños poblados y en el campo.  

No se trata tanto de que los estadounidenses se hayan vuelto súbita y mayoritariamente racistas (aunque con Trump y otros populistas esparcidos por el mundo las cosas puedan empeorar seriamente) sino que una gran masa de trabajadores que ven retroceder sus niveles de vida y observan con inquietud su futuro son más sensibles a discursos populistas contra las élites, los inmigrados y, en general, los diversos.

Y es fácil imaginar, señala el autor, el efecto de desaliento producido por la victoria de Trump en diversas partes del mundo sujetas a regímenes autoritarios, donde mucha gente mira a Occidente como modelo de democracia. Y ahora el presidente de la más influyente democracia del mundo muestra su simpatía por un autócrata como Vladimir Putin lo que no puede sino desalentar aquellos que luchan por la democracia en sus países.

Si miramos al interior de Estados Unidos, las políticas de Trump (sobre todo la reducción de los impuestos a los más ricos y la contracción de los servicios públicos para los más pobres) está destinada a fortalecer el malestar en aquella misma población que votó por él. Y a este malestar, Trump reacciona con una mayor propaganda que achaca la responsabilidad de los problemas que no sabe enfrentar a homosexuales, ambientalistas, ONG, comercio chino, feministas y élites no precisadas. Un círculo vicioso en el cual el populismo alimenta el malestar que dice combatir, mientras la democracia liberal se debilita progresivamente. En fin, un libro para leer.    

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