Nuestros presidentes

9 marzo, 2020

Su autor hablaba con la energía del creyente (…) había por lo menos un cincuenta por ciento de injusticia en las alegaciones y, finalmente, la verdad era falsificada en una cuarta parte, más o menos.
Robert L. Stevenson,
Historia de una mentira, 1879

Si alguien se propusiera la tarea de definir los rasgos mayores de nuestra época se encontraría en un serio embarazo. A veces parece de estar en un circo: no se termina de asimilar una novedad (buena o mala) que de inmediato llega de pronto otra, inesperada, que obliga a redefinir el escenario de conjunto y las perspectivas a partir de ahí. Planificar la propia existencia se ha vuelto un acto de dificultad extrema sobre todo para los jóvenes. ¿Servirá todavía cuando termine de estudiar lo que estudié? ¿Tener hijos hoy no es una decisión temeraria? En el futuro, ¿no será la criminalidad una gran fuente de empleo para los jóvenes sin otras perspectivas? ¿Se podrá contar mañana en instituciones que garanticen mis derechos y mi vida (cuando ya hoy…)? ¿No producirá el malestar formas de enajenación colectiva, de autolesionismo y de fanatismo en una variedad enloquecedora de formas? ¿Será posible mañana controlar los espíritus animales de una realidad mundial que redescubre el nacionalismo junto con las varias histerias patrióticas que lo acompañan normalmente?      

Este es, grosso modo, el escenario de preguntas sin respuestas que despunta en el horizonte. Y si queremos detallar aún más ese cuadro de incertidumbre habrá que añadir China-potencia mundial que corre hacia armamentos cada vez más poderosos y letales; Rusia que hace lo mismo viniendo de una tradición en que no ha hecho mucho más aparte de encumbrar una larga hilera de déspotas. Y para mejorar el escenario, el actual presidente de Estados Unidos, que no merece comentarios. Migraciones fuera de control y nuevas oleadas de xenofobia y racismo. Y en cuando a América latina lo de siempre: masas de miseria con pocas o nulas esperanzas, delincuencia masiva, instituciones solemnemente ruinosas, impunidad y la aparición recurrente de algún redentor.

¿No basta con esto? ¿Necesitamos desde ahora los presidentes que tenemos?  El sentido común diría que no. La realidad dice otra cosa. Entendámonos, el cuadro no es uniforme. En años recientes, uno que otro presidente responsable y decente (aunque no siempre suficientemente determinado) lo hemos tenido y me limitaré a pocos nombres: Michelle Bachelet y Ricardo Lagos en Chile, Fernando Henrique Cardoso y Lula en Brasil, José Mujica y Tabaré Vázquez en Uruguay y no muchos más (si es que alguno). No digo que estos personajes hayan sido el non plus ultra, pero algo bueno hicieron (o intentaron hacer) para sus países mostrando, con tropiezos y dificultades, estar en sintonía con los tiempos del mundo o, por lo menos, percibiendo (vagamente) el rumbo que había que seguir para estar amarrados con lo mejor que podía ofrecer el mundo en estos tiempos.

Sin embargo, frente a estos escasos ejemplos, es mucho mayor el estanco de donde en nuestros países hemos sacado figuras presidenciales impresentables –de derecha o de izquierda- que mostraron y muestran graves retardos de cultura democrática. Las cosas están como están y nuestros representantes son más a menudo objeto de sonrojo que de alarde. Me limitaré a algunos ejemplos para dar una idea de la distancia entre nuestros problemas y varios de nuestros dirigentes políticos en ese comienzo de siglo.

Comienzo del sur, de Chile, cuyo presidente es un multimillonario a quien no debe ser fácil entender la urgencia y la profundidad de los problemas de los sectores populares en uno de los países más desiguales del mundo: el suyo.  Haré sólo dos ejemplos de la lejanía entre un presidente y su pueblo. En octubre pasado hubo fuertes manifestaciones populares contra el aumento de las tarifas de transporte que dispararon un malestar enquistado desde hace tiempo. Entre las primeras reacciones de Piñeira estuvo la siguiente: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. ¿Una guerra contra el propio pueblo? Resultado: 32 muertos sobre todo gracias a la intervención de los carabineros de triste memoria, además de torturas y cerca de dos mil heridos de armas de fuego. O sea, un gobierno incapaz de autolimitar su capacidad represiva. Frente a la indignación popular, Piñeira desencadena una jauría que cree cumplir su deber matando, torturando y vejando la protesta popular. ¿Qué clase de Estado encarna ese hombre? ¿Para eso le sirvió estudiar en Harvard? Cuatro meses después, ese mismo presidente (por desgracia de los chilenos), afirma en medio del estupor de quienes lo oyen: “No es sólo la voluntad de los hombres de abusar, sino también de las mujeres de ser abusadas”. Y uno queda abrumado por palabras que podrían venir de un ebrio que vomita prejuicios descontrolados, pero ¿un presidente? ¿De qué noche de los tiempos, de qué clase de incultura artilladamente segura de sí misma puede salir una bestialidad así? La explicación más probable es que la riqueza es una especie de pasaporte que autoriza las mayores formas de ignorancia autocomplacida. Es como si ser millonario lo convirtiera a uno en Aristóteles. Chile ha elegido este individuo (¡por segunda vez!). Es obvio que no todos los conservadores son iguales, pero hay algunos, como en este caso, que, además del uso desmedido de la fuerza del Estado, expresan graves retardos culturales; inmundicia que viene de lejos y que regresa en superficie y en la cabeza del Estado. ¿Hay o no serias razones para angustiarse?       

En agosto del año pasado Bolsonaro, presidente de Brasil (para no poner límites a la realidad), avaló un post en que se comparaba su joven esposa con la no tan joven de Macron. Y esto como respuesta a las críticas del presidente francés a la política amazónica de su gobierno. ¿Es posible imaginar un nivel más sublime de vulgar estupidez machista? Otra vez: esto sería comprensible (mi mujer es más linda y más joven que la tuya) de parte de un (en México diríamos) teporocho, pero ¿de parte del máximo representante del país más poderoso de América Latina? Y dejaré de lado las frecuentes declaraciones del susodicho contra los homosexuales, las feministas y cualquiera que no quepa en el estrecho círculo mental de un conservador mucho más cercano a un bruto admirador de los antiguos militares golpistas de su país que a un conservador con algunas luces de entendimiento civilizado.      

Qué consuelo sería si estas bestialidades de acción o de palabra fueran exclusivas de los conservadores. Pues así no es. “Lasciate ogni speranza o voi che entrate”. En Nicaragua Daniel Ortega gobierna ininterrumpidamente el país desde 2007 y, en el último tramo, en mancuerna con su esposa como vicepresidente, al mejor estilo imperial. ¿Para eso se hizo la revolución de 1979? En las protestas populares entre abril de 2018 y septiembre de 2019 la represión de las fuerzas policiales y para-policiales produjo una matanza al mejor estilo somocista: 651 muertos según datos de los organismos nicaragüenses de derechos humanos. Y para completar el cuadro de este presidente “progresista”, en Nicaragua es ilegal el aborto incluso en caso de peligro para la vida de la madre. 

Yo ya me perdí y no sé en qué círculo del infierno me encuentro entre Chile, Brasil y Nicaragua. Pero, insisto, derecha o izquierda da lo mismo como demuestran los asesinatos extrajudiciales y las torturas sistemáticas que se ejecutan en Venezuela (el país más violente de AL después de El Salvador) por un régimen “revolucionario” según testimonia la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en su informe de 2019. Venezuela es el país cuyo actual presidente, cuando asumió el cargo en 2013 creó el viceministerio “Para la Suprema felicidad Social del Pueblo”. Breton, Artaud, Beckett eran apenas unos diletantes.     

Termino en tono menor con el presidente mexicano que en un mitin en Macuspana, su pueblo de origen, frente a congregados que lo cuestionan, para indicar que sus críticas eran injustas, suelta lo siguiente: “La mentira es del demonio”. Estamos hablando de un presidente que no da paso sin proclamar su izquierdismo. “la mentira es del demonio”: ¿de qué círculo marxista, anarquista, anarcosindicalista, socialdemócrata, socialista, marxista-leninista, liberal de izquierda sale esa pieza de sapiencia que huele a sacristía? El silogismo obliga a concluir que la verdad es obviamente divina. ¿Esta es nuestra izquierda? Mismo presidente que se atreve a decir que detrás (siempre hay alguien detrás para aquellos que viven en una cultura conspirativa) de la protesta de de las mujeres están los conservadores. Seamos serios, ¿desde cuándo, en la historia mundial los conservadores han estado a favor del voto para las mujeres, del divorcio, del aborto o de la igualdad de género?    

La alternativa es clara: reír o tirarse de la Rupe Tarpea o, más bien, despeñarse de la pirámide del Sol. Mientras tanto no queda más que esperar el día en que tengamos un presidente que nos haga sentir orgullosos de nosotros mismos.

Publicado en Pros y contras