El crepúsculo de la imaginación
El tema es casi inasiblemente complejo y no será ciertamente esta nota la que llevará la luz necesaria para iluminarlo. Adentrémonos en el asunto con algunas preguntas. ¿Son las nuevas generaciones menos dotadas de imaginación, fantasía e interés en los asuntos colectivos (y en la cultura en general) que las anteriores? ¿Se habrá activado una especie de complementariedad entre capacidad, digamos, técnico-digital y potencial para mirar al mundo con una mezcla de creatividad imaginativa e insatisfacción hacia su conformación y estructuras? Quien escribe dispone de un estrecho ángulo de visión y desde ahí sería aventurado formular opiniones contundentes. Sin embargo, junto a la complejidad y a la evidente importancia del asunto (de ser comprobado) viene la oportunidad de formular algunas reflexiones, aunque sean desordenadas y apenas conjeturales. Las preguntas mencionadas son incómodas, entre otras cosas porque es costumbre antigua el juicio inclemente de los ancianos hacia sus descendientes. pero no queda que formularlas más o menos brutalmente para tratar de entender si tienen alguna base real en el mundo que se va perfilando en nuestros días. ¿Estamos destinados a movernos hacia sociedades cada vez más técnicamente avanzadas y, al mismo tiempo, más culturalmente despuntadas en su creatividad y capacidad crítica? Es evidente que cualquier respuesta unívoca conlleva una amplia dosis de arbitrariedad. Tal vez pueda decirse que vamos hacia sociedades culturalmente más pobres independientemente de minorías ilustradas pero cada vez menos capaces de comunicar sus inquietudes y adquisiciones a los grandes números. Uno que otro Platón o Nietzsche es presumible asumir que siempre surgirá. Otra cosa es saber si tendrá la misma capacidad que tuvieron sus versiones originales de condicionar el espacio discursivo de la colectividad.
Una hipótesis podía ser que la imaginación podría estar desplazándose progresivamente del terreno social al terreno técnico-científico. Una vez reconocido que la globalización construye redes sociales cada vez más tupidas y firmes, el mayor espacio de libertad que queda es la ciencia y la tecnología. Ahí la creatividad puede todavía encontrar algún margen de independencia (si bien condicionada) que, en cambio, podría estar estrechándose en los territorios de la reflexión sobre las formas, contenidos y conflictos de la convivencia colectiva. En otros términos, podríamos estar moviéndonos hacia sociedades técnicamente avanzadas y culturalmente más obtusas y amorfas.
Y es entre los jóvenes que estas tendencias (de ser acertadas) podrían encontrar sus primeras manifestaciones. Voy a tomar el asunto desde lejos para acercarme progresivamente al tema. Quien escribe se gana la vida como profesor universitario y por su profesión está en contacto con sucesivas generaciones de jóvenes. Y es de esta atalaya que surgen las (llamémoslas) inquietudes a que se ha aludido. Partiré de una observación personal de algunos años atrás. Llegaron a través de un intercambio académico en la universidad en la que trabajo algunos jóvenes cubanos. Y no se requirió mucha agudeza para percibir una notoria diferencia con los estudiantes mexicanos. Mientras estos últimos tenían dificultades de diverso grado hacia las matemáticas mientras alimentaban mayor interés en las “ciencias” sociales (ampliamente condicionado por opciones ideológicas más o menos intransigentes), los estudiantes cubanos eran generalmente muy preparados en matemáticas siendo, al mismo tiempo, de una ignorancia asombrosa en temas históricos y genéricamente sociales. Lo que era comprensibles: los estudiantes cubanos, provenientes de una sociedad totalitaria, habían recibido en su país una instrucción rudimentaria (vendría la tentación de decir catequística) sobre los grandes acontecimientos mundiales (incluidas las guerras mundiales, la descolonización, los problemas del atraso económico), las condiciones de vida en las sociedades avanzadas, la historia económica y el debate de las ideas políticas, recibiendo en cambio una preparación de alto nivel en las ciencias exactas, especialmente matemática y estadística. En las ramas científicas donde el debate era removido o culturalmente neutralizado, los estudiantes cubanos brillaban respectos a sus compañeros mexicanos. Estos últimos, al menos en la universidad en la que trabajo, tenían la ventaja de un mayor conocimiento social y, al mismo tiempo, mayores dificultades en la ciencias exactas.
¿Qué viene a significar esa historia proyectada al presente? Comenzaré con una duda. No sé si entre nosotros el aprendizaje de las matemáticas haya mejorado respecto a algunas décadas atrás (aunque sospecho que sí). Menos dudas tengo sobre el hecho que en el curso de los años ha habido una especie de embotamiento (en el sentido de pérdida de interés) entre nuestra juventud en las materias que conciernen (digámoslo muy ampliamente) la “condición humana”. Y espero que desde su sepulcro Malraux no se moleste por esta apropiación indebida de su notable novela sobre los comunistas chinos de un siglo atrás.
Cada vez más percibo una mezcla de aburrimiento y desinterés que me hace pensar en una luz que se va atenuando entre nuestra juventud (y probablemente estamos frente a algo que va mucho más allá de nuestras fronteras). Veo profesores que para despertar el interés de jóvenes culturalmente inertes proyectan durante sus clases documentarios sobre temas específicos. Cosa que quien escribe rehúsa hacer por dos razones mayores. La primera es que la palabra sigue siendo el mejor medio de comunicación de las ideas y la segunda es que nuestros jóvenes están suficientemente atiborrados de imágenes que, sospecho, son parte de una actitud pasiva frente al conocimiento como ejercicio activo de aprendizaje. La palabra y la lectura son instrumentos que impulsan la fantasía, remueven la imaginación y activan la capacidad de pensar con la propia cabeza. La cultura visual de nuestro tiempo es probablemente una de las concausas del deterioro del interés de nuestros estudiantes en su propia instrucción.
Pero naturalmente hay otras razones. Una de ellas es que nuestras “ciencias” sociales se han a tal punto formalizado que la creatividad de las ideas se ha diluido en el camino. Aquello que no cabe en un algoritmo o en un teorema formalmente irrebatible ha dejado de tener interés tanto cultural como del punto de vista de las posibilidades futuras de trabajo. No llego a la conclusión apocalíptica que Platón y Nietzsche sean especies en extinción, pero sospecho que sus congéneres no gocen en nuestros tiempos de retorno positivista de cabal salud. En fin. Volvamos a la juventud.
Es posible que la tendencia a leer poco (lo que implica una fantasía atrofiada) no sea una tendencia irreversible sino parte de un ciclo que algún día concluirá su parábola. Pero, aquí y ahora, eso no quita que las señales sean preocupantes, cuando menos desde el punto de vista de este profesor universitario que ve el paso de las generaciones y no ve mejoras, sino lo contrario: una mayor apatía hacia aquello que no sea estrictamente utilitarista. No puedo excluir que la misantropía propia de la edad avanzada juegue un papel en esa apreciación, pero me temo que, de tener algún papel, la misantropía no sea una explicación total. Hay momentos en la historia en que los hombres creen tener el poder de hacer la historia y hay otros momentos en que ocurre lo contrario. Hoy estamos en un periodo en que parecería que la historia nos hace sin pedirnos nuestra opinión. Y entre los jóvenes es esto más evidente bajo la forma de somnolencia cultural. Si mi futuro profesional dependerá de mis habilidades y conocimientos técnicos, ¿para qué estudiar la historia de mis ancestros y tratar de aprender algo de sus errores y sus aciertos? ¿Para qué interesarse del mundo que nos han dejado y de sus disyuntivas? Lo importante es estudiar aquello que me garantizará un trabajo en el futuro y el futuro no parece abrir mucho espacio a aquella corriente que un tiempo se llamó humanismo. Si, entre globalización y avances tecnológicos el camino ya está trazado ¿para qué ocuparse de aquello que probablemente no mejorará mi vida del punto de vista material y de la capacidad de consumo? Conclusión: ¿No será la cultura un lujo de otros tiempos?
En las generaciones anteriores el interés en la política empujaba a estudiar, tratar de entender, debatir. Y estas fueron claves de crecimiento cultural. Hoy la conexión digital conecta y desconecta a los individuos. Cada uno opina y lo hace sobre bases culturales más estrechas. Y el resultado es que tal vez todo se vuelva más científico, pero al mismo tiempo menos vivo, vivaz, creativo. Nuestros jóvenes tienen más informaciones y son más ignorantes, más abúlicos.
Y obviamente la política no ayuda entre populistas que disfrazan su impotencia con un moralismo ramplón, con utopías de otros tiempos y el renacimiento de antiguas formas de xenofobia de una cultura conservadora para la cual vivimos en el mejor de los mundos posibles donde información y capitales circulan como nunca, los glaciares desaparecen accidentalmente, el calentamiento planetario es un problema cíclico y la polarización del ingreso expresión de méritos diferenciados. Naturalmente no todos los jóvenes son como los he descrito aquí. Solo la mayoría, me temo. Hay también Greta y muchos otros que no olvidan Ayotzinapa, para quedar en México. Y, de cualquier manera, que nos guste o menos, nuestra juventud es la única esperanza que tenemos. Ellos todavía pueden cambiar.
Publicado en Pros y contras