Cuarto de servicio
Narvarte, Roma, Condesa, etc. son barrios de la zona céntrica de la Ciudad de México y aquí, pero no sólo, casi siempre los departamentos, incluso aquellos de pequeñas dimensiones, disponen en la sotea de un “cuarto” generalmente angosto donde el “personal doméstico”, aislado de la vivienda patronal, pasa las noches en una hilera de cubos que, cuando va bien, comparten un cuartucho con water y un grifo para la ducha. Cada vez más a menudo estos cuartos son alquilados a personas que oscilando entre pobreza y miseria sólo pueden permitirse el lugar que antes era exclusivo de la “servidumbre”. En las alturas de la Ciudad de México existe Un mundo a mitad de camino entre dimensión urbano-señorial y pobreza moderna. Un mundo en que el pasado muestra una embarazosa persistencia.
Tal vez todo esto sea parte de la normalidad urbana de este país cuando menos desde el 800. ¿Para qué asombrarse entonces? Fijemos los términos de la cuestión. ¿Qué es lo “normal”? La historia de la civilización en todas partes del mundo es la de ricos que viven en palacios y de pobres que viven en chabolas. En el curso de los siglos, sobre todo en los países que hoy consideramos desarrollados, las dicotomías se han estrechados grandemente. Un movimiento que ha avanzado bastante más lentamente en los países “en desarrollo”. Y en estos últimos un corolario es que las familias ricas (pasando de antiguos terratenientes con aposento urbano a una burguesía emprendedora, a los altos funcionarios del Estado y, en general, las clases medio-altas: v. la película Roma de Cuarón) dispongan de personal doméstico como prolongación en el presente de la servidumbre que en tiempos antiguos se hacía cargo de las necesidades domésticas de los poderosos. Esta ha sido la “normalidad” (si bien cambiante) a lo largo de siglos. Que esta normalidad sea aceptable o haga parte de arcaísmos históricos insuperados es algo que aquí dejaremos sin comentario. ¿Cuál es entonces la anomalía mexicana (y no sólo)? Llamemos esta singularidad síndrome aristocrático. Me refiero a pequeños departamentos (incluso de 60 metros cuadrados) que disponen de cuarto de servicios y en algunos casos de entrada de servicio por la cocina. Para que los dueños (que evidentemente se consideran altos dignatarios de sepa dios qué) no se mezclen con su servidumbre. Entre empresas constructoras, arquitectos y familias persiste la idea de la “servidumbre” como un dato natural de la vida. Otra vez: que así piensen los ricos o las clases medio-altas es natural (todo privilegio como un premio a la virtud): una tradición de raíces seculares. La anomalía, por así decir, es que las clases medias o medio-bajas asuman los mismos valores y el cuarto de servicio (para no hablar de una entrada de servicio en un departamento minúsculo) son la trasposición estrafalaria de un mundo social a otro, de un tiempo histórico a otro. Lo que muestra una sociedad que, más allá de la retórica nacionalista, sigue siendo agudamente fragmentada tanto en lo material como en lo psicológico. Si bien atenuada, la dialéctica siervo-señor persiste revoloteando sobre los siglos, cuando menos por nuestros rumbos.
Pasemos al aspecto económico. No sería difícil reconocer que un indicador indudable del grado de desarrollo de una sociedad es la escasez de personal de servicio proveniente del campo para las familias urbanas que puedan permitírselo. Cuando el campo deja de ser lugar de pobreza difundida este es el mejor indicador de que una sociedad ha dado un salto hacia una modernidad en la cual el personal de servicio se vuelve escaso y se limita sólo a las familias realmente prosperas. Mientras siga habiendo jóvenes mujeres campesinas dispuestas a trabajar por sueldos ínfimos para la pequeña burguesía urbana, podremos tener grandes refinerías, autos de lujo y bancos deslumbrantes, pero seguiremos siendo un país “en desarrollo”. Una anotación final sobre la globalización de nuestros tiempos. En muchos países en que ha dejado de existir una mano de obra rural de bajo costo para servicio doméstico, la pobreza mundial se vuelve un sustituto con domésticos provenientes de Guatemala, Filipinas, Perú, etc. Pero por cuanto nos concierne a nosotros, la entrada de servicio en departamentos de 60 metros cuadrados sigue siendo el indicador de una deformación psicológica persistente incluso en los estratos de escasos recursos de la sociedad mexicana. Un síndrome aristocrático que muestra el alejamiento de una sociedad de sí misma, además de arquitectos que, bajo compensación, mantienen sus cabezas extraviadas en un pasado remoto.
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