Periodistas: mártires, explotados y millonarios.

9 diciembre, 2019

Morir por informar. Trabajar refrenados por la autocensura. Escribir mintiendo, deformando u ocultando la verdad y, en ocasiones, enriqueciéndose como premio al silencio. La historia del periodismo mexicano después de la Revolución (y antes) es un caleidoscopio de todas estas situaciones en diferentes proporciones y tonalidades. Pero, desde hace dos décadas, especialmente en provincia, ser periodista es un acto que raya, de manera casi humanamente incomprensible, con la temeridad. Estoy hablando de reporteros que, por sueldos miserables -otra vergüenza más de nuestro país- sobreviven precariamente juntos con sus familias, enfrentándose sin o con escasa protección pública a una maquinaria de muerte que funciona con regularidad detrás de la cual operan narcotraficantes o políticos que desean mantener encubiertas sus operaciones ilícitas y a veces los dos juntos en la misión de ocultar su beneficiosa cooperación. La aceitada maquinaria del asesinato contra los informadores es una de las pocas cosas que funcionan con eficacia en este desafortunado país. Tanto es así que somos la nación donde se asesinan y desaparecen el mayor número de informadores en el mundo. Aquí nos han llevado décadas de revolución institucional, de disimulo y tolerancia hacia delincuentes políticos virtuosamente fieles al régimen. Estamos al nivel de Afganistán y muy por arriba de cualquier otro país.    

No intentaré explicar la función social que cumple el periodismo; quien escribe no es la figura más autorizada para hacerlo. Pero un par de cosas pueden decirse. Los medios de información son el instrumento principal a través del cual una sociedad se reconoce a sí misma. Si este instrumento es silenciado o amordazado es como tratar de reconocerse frente a un espejo quebrado. Y Esta es la historia de México desde hace generaciones en especial desde la era de la televisión. Desde entonces se han establecido redes de complicidad entre sistema político y empresarios “independientes” que han hecho de la información una mercancía de intercambio entre política y negocios. Un recorrido en el cual México se ha topado con Carlos Denegri, Jacobo Zabludovski y similares portavoces informales de la Presidencia de la República, la Secretaría de Gobernación o de quien –desde el Estado o desde los mayores intereses económicos- necesitara un embuste maquillado o un ocultamiento para impulsar sus intereses en forma de carreras políticas o de carretadas de dinero. Vendría la tentación de decir que si hay un pueblo al mundo que no conoce México –sus problemas, sus retos, sus retardos sobre el resto del mundo- es el pueblo mexicano intoxicado a lo largo de décadas por montañas de información domesticada y entretenimiento insulso. Y la consecuencia es un pueblo que tolera gobernantes (creer en ellos sería probablemente excesivo) de mala calidad y que se ha acostumbrado a vivir en una nube de falsedades sedativas.    

El régimen autoritario que ha gobernado este país por generaciones ha anulado a la sociedad civil entre televisiones y periódicos a la orden de Los Pinos y corporaciones a la orden de sindicalistas millonarios. Poco a poco la sociedad ha perdido su capacidad de crítica y de movilización y hoy es entregada sin defensas a un pasmo permanente, un terror interiorizado que congela su capacidad de reacción.

Desde hace unos años algunas cosas han mejorado en el periodismo mexicano (en medios digitales e impresos). Pero evitemos de echar las campanas al vuelo, aunque las mordazas se hayan aflojado. Las investigaciones televisivas o radiofónicas sobre los puntos críticos de este país que lo mantienen amarrado al atraso siguen siendo rarísimos. ¿Quién transmite reportajes sobre la mala calidad de la educación básica, la corrupción como sistema, las clientelas que ligan negocios y política, la destrucción ambiental, una administración poblada de ineptitud y cotos feudales, un sindicalismo corporativo infestado de dirigente millonarios, etc., etc.? Gracias las grandes redes televisas y a varios periódicos y revistas, México sigue siendo un país misterioso a sus propios ojos.

Y cuando algunos periodistas se atreven a meter los ojos en ese enredo de miserias institucionales y civiles, son pagados miserablemente por sus dadores de trabajo, mientras ponen su vida en manos de sicarios que vienen del narco o de funcionarios públicos que sienten amenazadas sus fuentes de riquezas. En lo que va del sexenio actual, según la organización Articulo 19, se han asesinado 12 periodistas y cuando tomó posesión la nueva titular de la CNDH manifestó desconocer el hecho. Con lo cual queda en evidencia una antigua tradición: el primer mandamiento es disimular hasta donde sea posible. De cualquier manera, las televisiones callan o dicen como de paso y los periódicos los leen muy pocos ciudadanos. Así que el costo político es limitado

Pero las cosas no terminan aquí: hay editores que frente a notas escabrosas que podrían poner en riesgo la vida de sus autores reaccionan de una de estas dos maneras. Se publica la información, pero gratuitamente como si el trabajo del periodista en multiplicidad de casos valiera menos del papel en que está escrito. En otros casos, editores que se sienten encarnación sacrosanta de la profesión (dejemos a un lado la frecuente petulancia) rehúsan publicar las notas en forma anónima a pesar de haber pasado por el filtro del fact checking y a pesar del riesgo por la vida del autor. Típico caso de valentía con el pellejo ajeno.      

Por donde se miren las cosas estamos rodeados de empresas que ocultan o maquillan información para no disturbar al poderoso de turno (o atacarlos por partido tomado sobre minucia o poco más), asesinos a sueldos de narcos o políticos que gozan de niveles de impunidad indignos de un país civil, periodistas retribuidos menos que barrenderos (con todo respeto para este último oficio), desprotección institucional y montañas de espectáculos televisivos con la tarea de desviar la atención social de los problemas reales, recoger millonadas en anuncios publicitarios, contribuir a reforzar el atolondramiento enajenado de millones de familias mexicanas.

Mientras tanto, México detiene hace años (en estrecha competencia con Afganistán) el primer lugar mundial en número de periodistas asesinatos. Y las consecuencias son obvias: la autocensura de los miembros de la profesión y el terror que serpentea en la sociedad sin que ninguna autoridad tenga la capacidad de hacer frente a esta tragedia que descompone la calidad de la convivencia colectiva. Hasta llegar al límite trágico-burlesco de la encargada de la nueva Comisión Nacional de Derechos Humanos que no está enterada de que con el actual gobierno ya han ocurrido 12 asesinatos de periodistas. Una opereta trágica. Difícil encontrar las palabras para describir el asco frente a la enormidad del contraste entre el dolor de la víctima (y la zozobra colectiva) y la ligereza de instituciones que si en algo se empeñan seriamente es en ocultar su impotencia. 

Estoy lejos de endilgar, además de los periodistas matados, la barbarie de 29 mil asesinatos en los primeros diez meses del actual gobierno a las nuevas autoridades achacándoles la responsabilidad de ese luto que nos rodea por todo lado. El nuevo presidente sólo repite en otras formas la ineficacia de sus predecesores. Hasta ahora hemos recibido grandilocuencia y parloteo patriótico, pero nada que indique la reversión de una tendencia que viene de atrás. Y queda por ver si esto ocurrirá en los próximos años. Por el momento las señas están lejos de ser alentadoras.

Me limito a recordar aquello que gran parte de los medios y las instituciones olvidan siguiendo la tradición: los periodistas asesinatos en los primeros meses de esta administración. PA significa posibles asesinos.

-Nevith Condés Jaramilllo(Edomex). PA: Funcionarios públicos

-Jorge Celestino Ruíz Vázquez (VC). PA: Funcionarios públicos

-Edgar nava López (Gro). PA: ND

-Rogelio Barragán (Mor). PA:ND

-Norma Sarabia (Tab). PA: Narcos

-Francisco Romero (QR). PA: Narcos.

-Telésforo Santiago Enrpiquez(Oax). PA: Funcionarios públicos

-Santiago Barroso (Son). PA: Narcos

-Samir Flores Soberanes (Mor). PA: Funcionarios públicos

-Jesús Ramos Rodríguez (Tab). PA: ND

-Rafael María Manríquez (Cal. Sur). PA: FP y Narcos

-Jesús Ajejandro Márquez Jiménez (Nay). PA: Func. públicos.

Esperemos que estos nombres sirvan a refrescar la memoria de la nueva encargada de la CNDH para los cuales hasta hace algunos días no existen. Confiemos que se haya enterado.

A todos estos periodistas asesinados (y a los anteriores) debemos un eterno reconocimiento y un acto de vergüenza por nuestra impotencia colectiva. Debíamos protegerlos u obligar al Estado que lo hiciera y hemos fallado. Ellos intentaron explicarnos en qué se había reducido nuestro país y fueron asesinado por la criminalidad organizada o por funcionarios públicos infieles de vario nivel para mantener las cosas como están.

Una última anotación. El informe de Artículo 19 de 2017 indica que la Fiscalía Especial creada en 2010 con bombos y platillos para investigar los asesinatos de periodista no logró hasta 2017 una sola condena. ¿Qué más decir?

Publicado en México