Diez libros para entender y entenderse
(Carta abierta para los estudiantes del CIDE)
Todavía algunos años atrás parecía imposible que México pudiera repetir la mezcla de endiosamiento institucional y petulancia estrafalaria encarnada en su tiempo por su Alteza Serenísima Antonio López de Santa Anna. Y henos aquí a celebrar los fastos de otra inesperada versión de lo mismo. Como ciudadano uno se siente humillado en su inteligencia y avergonzado en su dignidad al asistir cada día a la representación teatralizada de un país que no existe salvo en la cabeza de sus máximas autoridades. Mismas autoridades que, impávidas, tocan la lira mientras el país ve arder sus esperanzas entre asesinatos impunes, secuestros, desapariciones, una pobreza sin salidas e instituciones impotentes reducidas a corte servil de un presidente que, contra la realidad, vive acorazado entre certidumbres ideológicas estrafalarias. ¿Cómo no comprender que alguien que vive entre los humos tóxicos de un entorno enloquecido y entre aplausos atronadores de mayorías manipuladas sienta la necesidad de refugiarse en algún lugar donde la imaginación permita reconciliarse con una razón que parecería definitivamente extraviada?
Me quiero dirigir a los estudiantes del CIDE con una propuesta de lecturas que permitan emanciparse de la estulticia circundante y restablecer con la realidad una relación no enfermiza a través de la imaginación. Pero antes de entrar en mérito necesito hacer explícitas las intenciones.
¿A qué se enfrenta un estudiante del CIDE en estos días? A estudios arduos en diferentes disciplinas que exigen una terca dedicación. Cada estudiante es un universo de condiciones sociales específicas que favorecen o dificultan el aprendizaje además de las incertidumbres y las dudas propias de una edad en que se deben tomar decisiones sobre el propio futuro sin disponer de todos los elementos de comprensión, del mundo y de sí mismo, que serían necesarios. Ni modo, así es la vida. Todos descubrimos cíclicamente estar impreparados ante las tareas que se nos imponen en distintas etapas de la existencia. Siempre hay que nadar contra la corriente de lo imprevisto y de la propia inadecuación frente al mundo. Y como si eso no fuera suficiente, en el caso del CIDE, las cosas se complican hoy con un director impuesto desde arriba que considera a la institución (sus maestros y sus estudiantes) como un territorio enemigo de conservadores y neoliberales que debe ser saneado. Las autoridades nos han convertido en bichos dañinos para la salud de la patria. Durante algún tiempo muchos se preguntaron cuál sería el proyecto de las nuevas autoridades hasta que, a falta de respuestas razonables, la misma pregunta se fue desdibujando. En realidad, no hay una respuesta más allá del reconocimiento que vale para el CIDE lo mismo que por el país entero. Ni hay proyecto ni hace falta. Se trataba y se trata de ocupar el poder, aunque no se supiera qué hacer con él. Lo importante es impedir que sea ocupado por adversarios neoliberales que representan lo peor de una intelectualidad “aspiracionista”, antipatriótica y enemiga del pueblo. Frente a tanta pasión demonizadora, no vale la pena esgrimir argumentos racionales para contrastar prejuicios radicados en una ignorancia artillada. Lo único es reconocer que para las actuales autoridades del CIDE, el Conacyt y el gobierno mexicano, el CIDE es la versión mexicana de lo que fue la Vandea para los jacobinos. Con la sola diferencia que, por tan fanáticos que fueran, los jacobinos eran también intelectuales dignos de respeto. Lo que sería difícil decir de nuestras autoridades, en el CIDE y fuera de él.
Así que, reconocido un contexto adverso dominado por autoridades que buscan en una ideología confusionaria la absolución por su irrelevancia intelectual, intentaré mostrar la urgencia de que los estudiantes del CIDE asuman no sólo la tarea de su formación científica, sino que se propongan una empresa dirigida a su propia formación cultural. En general los maestros del CIDE son de alto nivel, pero su tarea se circunscribe a la ciencia, al conocimiento codificado. Lo que, en estos momentos, es tan necesario como insuficiente. Los estudiantes del CIDE no pueden encargar a nadie más que a sí mismos la tarea, más esencial que nunca, de su construcción cultural. La formación científica es esencial para abrir perspectivas profesionales satisfactorias. Sin embargo, es la formación cultural la que dota cada individuo de la flexibilidad necesaria para contextualizar los postulados científicos en el tiempo, en la geografía y en las situaciones concretas que imponen un esfuerzo de adecuación de lo general a lo particular. La cultura es aquello que impide que las certezas científicas se conviertan en dogmas metafísicos, en coartadas para justificar la incapacidad de aprender (y corregir) en la marcha. La cultura es aquella dimensión indefinible que permite reconocer la excepción escondida en los pliegues de cada regla. Me disculpo pero no puedo evitar de recordar que Platón construía su utopía -autoritaria y beatífica- de una sociedad perfecta y fuera del tiempo en una Atenas que, en cambio, experimentaba con la democracia un sistema de educación y autoaprendizaje colectivo. Ese contraste ha recorrido la historia de la humanidad entre un empuje a congelar el tiempo en una perfección eterna y otro que busca aprender en el camino mientras el tiempo propone nuevas interrogantes para las cuales las respuestas son generalmente insatisfactorias.
¿Qué es lo que propongo a los estudiantes del lugar en que trabajé tanto tiempo? Que organicen en la institución un lugar propio (y abierto a todos los miembros de la comunidad) para discutir y confrontar las ideas, intuiciones, perplejidades y dudas que surjan de lecturas de textos que ellos mismos decidan. Yo me limito a creer que hay novelas que son oxígeno para todo ser humano. Obras literarias que en el pasado y en la actualidad han contribuido a forjar la visión que tenemos del mundo y de nosotros mismos en el mundo. Abrir las ventanas a la creatividad literaria es abrirnos a aquella parte de nosotros mismos que no conocemos o que apenas intuimos. Se trata de hacer una doble, esencial, operación: entender a los otros y, en el trayecto, entender a nosotros entre ellos.
Les voy a decir lo que se me ocurre. Y obviamente ustedes decidirán si la ocurrencia tiene un sentido. Estoy pensando en algo similar a un círculo de lectores del CIDE (un CCC involuntario) que podría reunirse una vez a la semana para discutir de las lecturas de obras independientes de sus estudios. Novelas, poesías y obras de teatro podrían ser un espacio infinito abierto a las inquietudes de cada uno. Pensando en la mecánica: en cada sesión dos o tres estudiantes podrían sintetizar para sus compañeros el (o los) texto(s) leído(s) e introducir la discusión general con sus apreciaciones como lectores. De esta forma se abriría un “brainstorming” (perdón, no pude controlar mi malinchismo reprimido) que permitirá a todos los asistentes confrontar sus impresiones derivando de una obra la necesidad de leer otras que podrían profundizar las inquietudes derivadas de la primera. O, por asonancia, sugerir el vuelo hacia otros textos y temas.
Me puedo equivocar, pero creo que ha llegado el momento para que los estudiantes del CIDE afirmen su espíritu comunitario en forma concreta. No sólo como barrera ante la insipiencia institucional que los (y nos) rodea, sino como forma positiva para construir un espacio autónomo de elaboración y discusión de inquietudes que, de no ser reconocidas explícitamente, arriesgan convertirse en factores de malestar personal.
Me atreveré aquí a sugerir algunos textos que me han alegrado la existencia y han ampliado mi conciencia del mundo a lo largo de años. No piensen que con estas sugerencias me quiera erguir a una condición de maestro. En esta función mi tiempo se ha cerrado. Y además en el terreno de las predilecciones y sensibilidades literarias nadie tiene la autoridad para erguirse a la condición de experto autorizado a guiar intereses y curiosidades de otros. Pero, escribiendo esta nota, me vino a la cabeza una pregunta: ¿qué podría yo sugerir (asumiendo el riesgo que se me mande a volar o que simplemente se haga caso omiso de mis recomendaciones) a unos jóvenes que quisieran mirar el mundo a través de algunas lecturas literarias? La respuesta está en lo que sigue: diez propuestas de lectura para observar el mundo a través de la imaginación. He aquí mi decálogo.
-Tony Judt, El refugio de la memoria.
En realidad, esta no es una novela sino una colección de breves textos autobiográficos, escritos con pluma ligera, precisa y, al mismo tiempo, evocativa. A través de ellos el historiador británico diseña su recorrido existencial a través de Londres, París y Nueva York. Contando su historia, Judt cuenta la historia del mundo en la segunda mitad del siglo pasado y el comienzo de este. Hay aquí una inconfesada nostalgia para una Europa cuyo futuro parecía abierto y que después descubriría cómo los vehementes estudiantes del 68 se convertirían -ellos y sus hijos- en individuos desencantados en una sociedad de segmentaciones inéditas y con un sentido de desesperanza hacia el futuro. Una radiografía emocionante e inteligentísima de las distintas facetas -mezcla de esperanzas y frustraciones- de los padres y abuelos de los jóvenes de la actualidad.
-Vassily Grossman, Vida y destino.
Por la amplitud de la mirada sobre el infierno de la batalla de Stalingrado, por la narración de la misérrima vida cotidiana en retrovías soviéticas, donde expresar las propias ideas implicaba el riesgo de ser considerados traidores de la patria, esta novela histórica se compara sin desventaja con La guerra y la paz de Tolstoi. Grossman era entonces periodista y siguió el desarrollo de la lucha escribiendo después, en forma tan novelada como adherente a los hechos, una historia que muestra el heroísmo ruso contra las poderosas divisiones acorazadas alemanas. Se muestra aquí el monstruoso costo humano (casi dos millones de muertos en 5 meses de lucha) debido entre otras cosas a la inconsistencia de un mando militar soviético en cuya cabeza José Stalin se creía un nuevo Napoleón y era sólo un déspota que, dada la pleitesía de un país entero, se creyó infalible y superior a sus generales que no se atrevían a contradecirlo.
-Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad.
Esta autobiografía narra la vida en el Israel de los años 40 y 50 donde los padres de Oz habían llegado escapando fortunosamente de una Europa que tenía en el antisemitismo raíces profundas en los miedos y obsesiones populares. El A. describe en la historia de su familia un país que se va construyendo en medio de las dificultades de la vida cotidiana, entre su padre, un eruditos bibliotecario que busca un reconocimiento académico que llega a cuentagotas y una madre culta, seductora en su timidez e inquietante en su distancia emocional del ethos heroico de un país de varios orígenes que busca darse un sentido común. Una historia del pequeño Oz que crece entre un padre que intenta con todos los medios ser optimista a pesar de sus frustraciones y una madre que no puede fingir su desconcierto e impreparación íntima ante la vida.
-Albert Camus, El primer hombre.
Esta también es una autobiografía que, tal vez, respecto a las memorias familiares de Amos Oz, tenga mayor espacio para las creaciones de la imaginación. Este texto, inconcluso y, sin embargo, curiosamente cumplido y pleno, describe la infancia y juventud de su autor (futuro premio Nobel por la literatura) en la Argelia que era entonces colonia francesa. Es la historia de un niño que va haciéndose adulto en un trabajo doloroso de autoconstrucción en un ambiente dominado por una abuela autoritaria y una madre impotente. Las páginas sobre el aprendizaje escolar visto como un desafío de la propia personalidad contra el mundo son memorables. Así como la narración de las amistades y enemistades escolares. El capítulo titulado Etienne es estupendo en la descripción del contraste, durante una partida de caza, entre el niño inconsciente que atestigua la rivalidad entre adultos que en la caza en el desierto buscan afirmarse sobre sus compañeros. El manuscrito del libro fue encontrado entre los restos retorcidos del automóvil en cuyo accidente murió Camus. Después de 34 años de trabajo editorial, la hija del autor entrego el texto a su editor francés en 1994.
-Salman Rushdie, Los versos satánicos.
Como se sabe, esta novela, uno de los máximos ejemplos de realismo mágico en versión india, fue la causa de la fatwa emitida por el ayatolá Jomeini, fundador de la teocracia islámica en Irán, 33 años atrás y que condenaba a muerte a Rushdie. Y ahora descubrimos que Rushdie en el atentado reciente perdió el uso de un ojo y de una mano. Pero, más allá del estrépito mediático y de la inaudita sobrevivencia de la Edad Media en nuestro tiempo, Los versos satánicos es una novela donde la magia está en la idea de que algunos versos del Corán fueran sugeridos por el mismo demonio bajo las vestiduras del subconsciente de Mahoma. Esta libertad de la imaginación le ha costado cara a su autor. Pero tal vez le costó más cara la descripción del mismo Jomeini en su exilio en París (Londres en la novela). El ayatolá es refigurado como un fanático umbroso para quien el mayor enemigo que debe ser derrotado es el tiempo que cuestiona la inmovilidad de una fe perfecta inscrita en la eternidad virtuosa de la sumisión del hombre al Dios (que él mismo creó). Una obra poderosa construida con una desacralizadora ironía entre accidentes aéreos, prostíbulos, actores de segunda y asesinos en la perspectiva de la Arabia del siglo VII.
-Stefan Zweig, El mundo de ayer.
El autor, austriaco, fue un mediocre novelista, un extraordinario biógrafo y un protagonista intelectual imprescindible de la primera mitad del siglo XX. Este libro es la narración de un camino personal que entre las luces conduce su autor al apagarse de todas las esperanzas con el suicidio en el Brasil del Estado Novo de Getulio Vargas. Un gobierno populista y autoritario que rechazó dar asilo a los judíos europeos que buscaban salir de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. El mundo de ayer es un fascinante mural literario que pinta las relaciones del autor con muchos de los protagonistas intelectuales de la primera mitad del siglo pasado, entre los cuales están Walter Rathenau, Erich Maria Remarque, Paul Valéry, Hugo Hofmannsthal, Victor Adler, Rainer Maria Rilke, Theodor Herzl, Romain Rolland, Luigi Pirandello, Anatoli Lunacharski y muchos otros políticos, literatos, músicos y poetas. Un libro imprescindible para conocer los ancestros (en el arte y la política) de los que vinieron después. Si Zweig, esa fatigada y lucidísima consciencia del mundo, hubiera esperado tres años más habría visto el derrumbe del Tercer Reich y el renacer de la esperanza. Pero la desesperanza ante su mundo que moría no le dio más tiempo y su vida terminó en Petrópolis a comienzos de 1942.
-Remo Bodei, Geometría de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político.
Salgamos de las biografías y las novelas para entrar, por un momento, en la reflexión filosófica contemporánea. El autor es un gran filósofo italiano muerto a fines de 2019. Lo que tenemos aquí, gracias a una admirable traducción del Fondo de Cultura Económica, es una mina a cielo abierto de reflexiones sobre los dos polos del espíritu humano: la razón y las pasiones. Un libro para leer como Alicia que entra en el país de las maravillas. Me limito a indicar la actitud de Bodei ante el tema, actitud que se expresa a través de una cita de Pascal que se encuentra en la p. 238. “Guerra intestina en el hombre entre la razón y las pasiones. Si tuviese sólo la razón sin las pasiones…si tuviese sólo las pasiones sin la razón…Mas puesto que tiene la una y las otras, no puede estar sin guerra, no pudiendo tener paz con la una si no está en guerra con las otras; y así está siempre dividido y en conflicto consigo mismo”.
-Henrik Ibsen, Casa de muñecas.
Esta obra teatral fue ocasión (en su tiempo y después) de enfebrecidas polémicas. Escrita en 1879 por el dramaturgo noruego, es una de las grandes expresiones literarias del feminismo contemporáneo. Se cuenta aquí la historia de Nora -mujer dedicada a su tribu doméstica y esposa de un alto funcionario de banco- que de pronto descubre no ser más que una muñeca en una familia basada en la hipocresía y las convenciones burguesas. Para encontrar a sí misma, a pesar de los intentos del marido de “perdonarla” y encerrarla nuevamente en un mundo de ficciones que la reducen a una eterna minoría de edad, decide abandonar su familia y sus hijos y enfrentarse al mundo con sus propias fuerzas: libre e independiente. Hay una muy buena edición de este texto en Porrúa (n. 303) que contiene también otras obras del autor entre las cuales quiero mencionar dos: Un enemigo del pueblo y El pato silvestre.
-Sergio Ramírez, Adiós muchachos.
Caigo (es un decir) nuevamente en el ensayo. El nicaragüense Sergio Ramírez es una figura literaria central de la América Latina de la actualidad y fue uno de los mayores protagonistas, como miembro oculto del Frente Sandinista de Liberación Nacional, de la lucha que condujo finalmente a la caída de la dictadura somocista en 1979. Con una angustia apenas disimulada Ramírez describe aquí la lenta transformación de la democracia recién conquistada en Nicaragua en una nueva dictadura bajo el control personal de quien fue el líder del FSLN, Daniel Ortega. Una historia latinoamericana repetida tantas veces en el pasado y en el presente, como una maldición ancestral. Una historia de grandes esperanzas populares convertidas en delirios de poder personal. (Y no quiero mencionar a México). Ramírez ha sido obligado a vivir en el exterior y la comandante Dora María Tellez (figura icónica de la izquierda democrática), quien fue protagonista de la asombrosa gesta guerrillera de la ocupación del Palacio Nacional de Managua que capturó 1,500 rehenes en 1978, se encuentra, pálida y demacrada, en la cárcel de El Chipote mientras Daniel Ortega y su esposa (vicepresidenta) celebran sin la menor vergüenza los fastos bochornosos de una revolución convertida en una dictadura “progresista”. El libro de Ramírez es la descripción desde dentro de esa lenta, dramática, mutación.
-Charles Dickens, Historia de dos ciudades.
No hay novela de Dickens que no sea una obra maestra por la crudeza de la descripción de la vida popular en la Inglaterra posterior a la primera Revolución Industrial y que no sea, al mismo tiempo, un repertorio de ironía y sarcasmo como para arrancar la piel a la burguesía de su tiempo tan hipócritamente filantrópica. Esta novela es notable (y debería leerse paralelamente con Vida y destino de Grossman) por la descripción de la Francia revolucionaria que a la sombra de la guillotina intentó construir, en nombre de la virtud del “incorruptible” Robespierre (discípulo de Rousseau) un régimen totalitario con asombrosas semejanzas ante litteram con el régimen soviético que nacerá seis décadas después. Hay aquí la narración (con un estilo que recuerda a Victor Hugo) de la captura, el enjuiciamiento de alguien que, en medio de aventuras rocambolescas saldrá finalmente de las garras de carniceros virtuosos para reparar en una Inglaterra democrática. Dickens es consciente de que su país es teatro de graves injusticias hacia los pobres y los trabajadores, pero, en esta novela, muestra ser consciente de que Inglaterra es también una patria de la democracia y la libertad individual. Las dos cosas coexisten en un cuerpo colectivo recorrido por tensiones y conflictos. Dickens parecería creer que, frente a una incierta justicia sin libertad, es mejor la libertad con injusticia. En este último caso queda abierta la posibilidad para corregir las injusticias. En el primer caso la esperanza muere bajo la ficción de una justicia ausente. Y yo, por lo que valga, estoy de acuerdo con él.
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Aquí termina el decálogo. Tengo que vencer la tentación de añadir otras sugerencias de lectura, pero no lo haré por no cansar más allá de la decencia mis tres (¿tantos?) lectores. Me sentiría muy halagado y satisfecho si las palabras que anteceden sugirieran a algunos de los estudiantes del CIDE, mi antigua casa de trabajo y de vida, la lectura de uno u otro de los textos aquí indicados.
Sé que los estudiantes del CIDE están viviendo una etapa especial de sus vidas en que están bajo una presión que por momentos puede parecerles insoportable. Pero sé también que, con alguna disciplina, cada uno puede recortarse tiempos en su vida cotidiana para ampliar su propia mirada al mundo con lecturas capaces de enriquecer su visión de los otros y de sí mismo. Y si esta apertura (a través de novelas y ensayos de vario tipo) conduce a lecturas paralelas entre jóvenes disponibles a confrontar sus opiniones, ideas e inquietudes, entonces muchas ventanas podrán abrirse al mismo tiempo y el mundo podrá parecer, en medio de sus tragedias, injusticias y disparates, un lugar donde vale la pena estar vivos para intentar entenderlo y cambiarlo.
Publicado en México