Evo, el subdesarrollo y nuestra izquierda

11 noviembre, 2019

Son muchos los signos en América Latina del subdesarrollo y entre ellos Estados que no funcionan y una polarización vergonzosa  entre ricos y pobres. Pero hay un tercer signo que es algo así como una maldición que nos persigue a través de los siglos. A veces se esconde, pero, antes o después, reaparece: una vez alcanzado el poder, en varias partes de nuestro subcontinente, el presidente elegido se convierte en hombre del destino. Bolivia es el último ejemplo. Un resabio antiguo que generaciones atrás era propio de un generalame cargado de medallas, instintos caudillesco y voracidad de riquezas mal habidas. Desde hace algún tiempo lo que era una vergüenza indicadora de nuestro retardo sobre el resto del mundo ha dado vuelta a la izquierda. Antes Fidel Castro, después Hugo Chávez, Daniel Ortega y ahora Evo Morales. Cada quien se siente insustituible y trata de convertir el Estado en algo similar a una propiedad privada asignada al líder por un pueblo eternamente agradecido. Los acontecimientos bolivianos siguen confusos, pero parece claro que el ejército intervino para presionar al presidente Morales a renunciar a su cargo. En fin, un presidente que se quiere eternizar y un ejército que se mete donde nadie le autorizó a meterse. En fin, después de una pieza de museo, otra que vuelve a la vida para bloquear el tiempo y congelar la historia.

¿Evo fue forzado a dimitirse por el ejército, por su sentido de responsabilidad hacia un país convulsionado o por una derecha que se había vuelto incontenible? En los próximos días las cosas se aclararán, pero, por el momento, algunas cosas pueden decirse con alguna certeza. Tres años atrás los bolivianos habían rechazado la posibilidad de una nueva reelección del presidente y, sin embargo, Evo Morales maniobró para volver a presentarse para un cuarto mandato. Y estos son los resultados visibles al momento: levantamientos sociales en varias partes del país, el retorno de los militares al centro de la escena y una derecha boliviana racista y tenazmente retrógrada que vuelve a levantar la cabeza.  

Mientras esperamos que la humareda se disuelva y las cosas aparezcan con mayor nitidez, tal vez sean oportunas algunas observaciones sobre aquello que Bolivia deja entrever de nuestro subcontinente. Estamos asediados por problemas nuevos y sin respuestas mientras aún no nos libramos de dificultades añejas que cargamos desde la Independencia (y antes). Cierto, de vez en cuando algo mejora aquí y allá, pero si miramos las cosas en su conjunto América Latina merece a pleno título ser considerada una de las mayores ocasiones perdidas de la historia mundial de los últimos dos siglos. Y si alguien cree que esta es una forma fácil de tremendismo le rogaría concentrarse en unos pocos hechos.

Ocurre un terremoto en Japón o en el norte de Europa y los daños son limitados: ocurre lo mismo en Haití o en México y son decenas o centenares de muertos. Y la explicación no es misteriosa con funcionarios y políticos que autorizan construcciones sin las reglas debidas y se enriquecen de paso  mientras la gente muere bajo los escombros. Y después de los muertos, el escarnio. Aquí no pasó nada: la maquinaria de la corrupción no descansa, todo sigue igual y para que alguien termine en la cárcel debe ocurrir un milagro. Llámenlo como quieran, pero esto es subdesarrollo. A dos siglos desde la Independencia.

La criminalidad organizada está ya en toda parte (en Cina, en Rusia, en Estados Unidos, etc.) pero en México nos cuesta decenas de miles de muertos y episodios de barbarie sin fin. Regiones y pueblos del país están prácticamente copados por el narco y las instituciones como si nada, a parte la escenografía acostumbrada. ¿Por qué será sino por una clase política inepta, órganos de seguridad descoordinados, colusiones entre política y lavado de dinero? Llámenlo como quieran, pero esto también es subdesarrollo.

No tenemos dinero y cada año para cuadrar las cuentas públicas hay que dar saltos mortales. Y cuando aparecen los fondos para alguna obra pública, una de dos: o las obras se hacen con materiales de mala calidad y terminan por resultar inservibles mientras alguien se enriquece o terminan por costar mucho más de lo presupuestado con políticos, funcionarios y empresarios que se enriquecen sin pudor. Si eso no es subdesarrollo, ¿qué es? 

Tenemos sindicalistas multimillonarios que circulan orondos con la serena certeza de su impunidad: ellos abastecen de votos y garantizan la seguridad social a los partidos que los pusieron donde están. Y el más conservador de entre ellos habla como Zapata, Flores Magón y cuanto revolucionario haya pisado esta u otras tierras. ¿Cómo llamar a eso sino subdesarrollo con el adorno repulsivo de la hipocresía?

El subdesarrollo no es sólo deficiencia de recursos (como ingenuamente creen comúnmente los economistas) sino su sistemático despilfarro para mantener de pie barracones donde los más listos entre políticos y empresarios se enriquecen mientras los países languidecen repitiendo sin fin lo peor de su pasado. Un laberinto que nos encadena a la retórica, al patrioterismo, a la manipulación populista y a la corrupción endémica a pesar de que avancemos en la calidad de algunas de nuestras escuelas, algunos de nuestros hospitales, algunas de nuestras oficinas públicas. Pero en general es como nadar contra una corriente poderosa que antes o después termina por vencer todo intento por remontarla.                

Alguien podrá decir que todo esto es fatalista, pero ¿no es suficiente mirarse alrededor para ver calles indecorosas cuando hay suficientes barrenderos? ¿No basta con ver la incompetencia, la pusilanimidad de ministros, jueces y fiscales frente a las redes criminales que ahorcan el país y cierran sus horizontes? ¿No basta con ver a presidentes que hablan y hablan sin entender que gobernar es algo más que sermonear el mundo y sus alrededores?

Y ahora, Evo. Digamos la verdad, hasta algunos días atrás no la había hecho tan mal. Con la ayuda de millones de metros cúbicos de gas natural, las condiciones de vida de la gente habían mejorado, la pobreza se había reducido drásticamente, pero, él también, en algún momento del recorrido, comenzó a sentirse un mesías insustituible. En el referéndum de 2016 los bolivianos le dijeron que no querían su reelección. Y bajo sus directrices se cambió la Constitución de 2009 y el Tribunal Supremo Electoral, atestado de su gente, lo autorizó a presentarse por un cuarto mandato. Llámenlo como quieran, pero eso es, otra vez, subdesarrollo a pesar de los florilegios del vicepresidente García-Linera con sus entreverados bordados dialécticos. Se trataba de mantener a Evo en su lugar a pesar del descontento creciente en las ciudades y entre grupos indígenas por un modelo económico extractivista que todo hacía menos preservar la tan cacareada Madre Tierra. Al final vino el fraude que la OEA reveló y desde ahí se abrieron las puertas del caos.      

Y ahora Evo (aparentemente) abandona el país abriendo la posibilidad a que una derecha retrograda vuelva al poder con el apoyo de clases medias e incluso algunos sectores indígenas. Algo sarcástico y cruelmente disparatado se está escenificando bajo nuestros ojos. ¿Servirá esto de lección a una izquierda latinoamericana que, entre Cuba, Venezuela y Nicaragua, todavía siente nostalgia (que lo diga o no) del Muro de Berlín y de los líderes eternos?  

Nuestra izquierda, o cierta parte de ella, probablemente ya no siente el duelo, pero siente la necesidad de ser fiel a la idea del duelo, como diría Luigi Pirandello. Veamos algunos ejemplos acerca del amor hacia los dictadores cuando se disfrazan de libertadores. Eduardo Galeano escribía en 2008:

[Acerca de Fidel Castro] Sus enemigos dicen que fue un rey sin corona y que confundía la unidad con la unanimidad, pero no [hablan] de su tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla.

Obviamente las libertades anuladas no cuentan.

El teólogo de la liberación Leonardo Boff escribe:

El legado de Fidel Castro permanecerá como referencia para aquellos que se niegan a reproducir la cultura del capital con las injusticias de orden social y ecológico que la acompañan.

Las injusticias contra el derecho de las personas a no vivir bajo una verdad dogmáticamente incuestionable y un partido únicos vienen evidentemente en (un lejano) segundo plano.

Otro teólogo de la liberación (Frei Betto), hace algunos años, mientras entrevistaba a Fidel, le escuchó decir el siguiente despropósito:

Las enseñanzas de Cristo son altamente revolucionarias, y coincidentes en absoluto con el objetivo de un socialista, de un marxista-leninista”.

Y no chistó, al contrario le siguió la corriente.

Para no hablar de un “filósofo de la liberación” (Boaventura de Sousa Santos) que en nombre de la “democracia participativa” coquetea con el régimen de Hugo Chávez en Venezuela y con el de Fidel Castro en Cuba mientras devanea alrededor de una “epistemología del Sur” evidentemente destinada a beatificar dictadores autodenominados de izquierda. ¿No era suficiente desgracia el subdesarrollo para que se nos añadiera en estas partes del mundo una izquierda para la cual la democracia es burguesa casi por definición y, por consiguiente, virtualmente extraña a los intereses del pueblo?

Evo (que a pesar de no haber sido un dictador) sintió la tentación de seguir la corriente del jefe mesiánico queriendo eternizarse en el poder. Ahora sólo queda esperar que aquellos que vendrán después no sean ese enjambre de reaccionarios terratenientes de Santa Cruz para los cuales incendiar Amazonas es la forma más expedita para ampliar sus explotaciones de soya y demás productos para la exportación mientras, de paso, financian, bandas armadas. 

Era posible en Bolivia una alternancia civilizada, sin traumas y que mantuviera intacta la capacidad de presión social de los sectores más pobres aún después de una eventual derrota en las elecciones presidenciales. La terquedad de Evo de convertirse en una especie de Moisés revolucionario ha comprometido esta posibilidad: ha hecho renacer el fantasma escalofriante del ejército y la turba reaccionaria escondida en varios pliegues de la sociedad boliviana. No queda que esperar que los daños futuros no sean demasiado grandes. 

Publicado en Internacional