1989

25 noviembre, 2019

A veces avanza y a veces retrocede. Es la historia que, para desasosiego de los marxistas, no procede en línea recta (ni ondulante) de la comunidad primitiva al comunismo. Una historia enigmática e insondable que en ocasiones, incluso avanza y retrocede al mismo tiempo, como ocurrió en 1989. En ese año mientras caía el muro de Berlín, preludio de la caída del comunismo en toda Europa oriental, en la plaza de Tienanmen, en Beijing, se cumplía la masacre a manos del Ejército del Pueblo (bonito nombre) de miles de estudiantes y simples ciudadanos que manifestaban pacíficamente por demandar democracia en una antigua civilización que ni en formato imperial ni comunista nunca la había conocido. En una parte del mundo la gente no cabía en su cuerpo por el júbilo, las familias reunificadas, la libertad de palabra y de movimiento, en otra parte la desolación cubría un país que por un momento había esperado que las reformas económicas posteriores a la muerte de Mao pudieran guiar hacia una progresiva liberalización política.

En medio de jolgorio y congoja, 1989 se esculpió en nuestra memoria como el año en que, en los antiguos regímenes comunistas, algo comenzó a cambiar si bien en formas contrastantes. Otra vez: historia como enigma. En gran parte de Europa oriental, bajo apariencias democráticas, terminaron por abrirse paso, con desatención popular y con los tanques rusos guardados en sus depósitos, regímenes oligárquicos cimentados en el saqueo de los bienes públicos, mientras gran parte de los ciudadanos pasaban de la retórica de la solidaridad socialista y el “internacionalismo proletario” a la xenofobia y al racismo. En China la reafirmada falta de libertad fue parcialmente compensada por algún aflojamiento del despotismo y un desarrollo económico sin precedentes históricos que trajo un bienestar inédito para centenares de millones de familias.

En síntesis, con la excepción de Alemania oriental, muchos de los países de la antigua órbita soviética vieron la libertad llegar con magnates enriquecidos sin vergüenza bajo la protección de nuevas autoridades políticas que experimentaban técnicas de gobierno populista alimentando en la población los instintos más bajos contra los diversos. El soberanismo de nuestros días. Después del “socialismo” llegó el turno del peor capitalismo entre manipulación social, enriquecimientos ilícitos y libertades pilotadas por ejecutivos concentradores de poder y beneficiarios de una corrupción rampante. Muy poco de lo esperado se cumplió salvo la liberación de una burocracia todopoderosa y dogmáticamente intolerante. Hubo avances, pero no tantos como los esperados. Mayor libertad y menos servicios públicos.

En Polonia, uno de los mayores filósofos del siglo XX, Leszek Kolakowski escribió en 1956 lo que el socialismo no era [o no debería haber sido]. He aquí un breve listado.

-Ser inocente y estar sentado esperando la policía.

-Una sociedad cuyos líderes se eligen por su cuenta.

-Un Estado que siempre sabe los que quiere el pueblo antes de preguntárselo.

-Una sociedad en que el pueblo es obligado a mentir.

-Una sociedad en que se hacen aviones soberbios y zapatos horribles.

-Una sociedad en que todos deben tener la misma opinión en historia, filosofía, política y literatura.

-un Estado que controla todas las organizaciones sociales y anula la sociedad civil.

-Un Estado que cree que no hay nada más importante que mantener el poder.

-Un Estado que no permite viajar al exterior.        

-Un Estado que sabe siempre mejor que sus ciudadanos en qué consiste la felicidad de cada uno.

-Un Estado que detiene el monopolio de decir a sus ciudadanos lo que necesitan saber acerca del mundo.

-Un Estado que se considera socialista sólo porque ha abolido la propiedad privada de los medios de producción.

Ahora las cosas han cambiado, siquiera parcialmente. Tomemos a China como referencia. Puedo pensar lo que quiero, siempre y cuando mi pensamiento no se convierta en acción política independiente. Si puedo permitírmelo puedo viajar a cualquier parte del mundo. Los aviones siguen siendo asombrosamente buenos dado el grado de desarrollo del país y no siempre los zapatos son de calidad miserable. Estos han sido los avances después de la matanza de 1989. Todo lo demás ha quedado, más o menos, intacto. De libertad de organización, de división de poderes, de pluralidad de partidos ni hablar.

En América Latina, y no sólo, muchos siguen pensando que el socialismo será el orden social que, en algún momento, sustituirá el capitalismo abriendo las puertas de una mayor justicia y bienestar para todos: versión laica de pensamiento mágico. Hasta ahora la historia nos enseña que el socialismo (en su versión marxista-leninista) ha sido una ciudadela fortificada rodeada por enemigos; una ciudadela en que la democracia no era admisible porque habría sido un factor disolvente capaz de debilitar la defensa del Cielo laicamente caído en la Tierra. El paraíso necesitaba ser totalitario para mantenerse en vida.      

Gran parte del siglo XX ha sido dominado por una izquierda comunista que razonaba así: la nueva sociedad habría surgido de un proyecto de ingeniería social para la cual el despotismo sería un arma tan necesaria como virtuosa. En nombre de la superioridad científica del marxismo-leninismo  (la doctrina del proletariado), el partido, detentor de la verdad habría representado las necesidades verdaderas del pueblo, hasta sustituirse a él como su vanguardia incuestionable. Con razón decía Kolakowski que si el partido detiene el monopolio de la verdad  no sólo el despotismo es necesario para que la verdad se cumpla sino que la diferencia entre liberación y esclavitud se disuelve.

Y así hemos pasado casi un siglo (afortunadamente breve, como decía Hobsbawm) creyendo -dentro y fuera de la órbita soviéticas-  que socialismo y liberalismo eran alternativos y olvidando que fue gracias a su fusión que a fines del siglo XIX y después de la Segunda Guerra Mundial, las sociedades capitalistas más avanzadas establecieron la educación obligatoria, los servicios médicos gratuitos, los impuestos progresivos, la tolerancia religiosa, la libertad de prensa y de organización social, la ampliación (todavía incumplida) de los derechos de la mujer, etc.

¿Hemos llegado al final del camino? Es obvio que creerlo sería hoy otra forma de pensamiento mágico. Muchos derechos adquiridos, muchas conquistas obtenidas están retrocediendo en estos años con masas de jóvenes desempleados que llegarán a la edad de la pensión sin pensión alguna, con una desigualdad social nunca vista en siglos, con un capitalismo que, en nombre de los derechos privados carcome los colectivos y devasta los equilibrios ecológicos en que se basa la vida. Hemos entrado en otro recodo de la historia en que se requieren profundas reformas y cambios de estilos y formas de vida y de organización productiva. El capitalismo ha producido un bienestar nunca visto en la historia de la humanidad, pero hoy requiere reformas fundamentales antes de que destruya sus mejores realizaciones sociales. Pensar en que pueda ser sustituido por un socialismo capaz de prescindir de la iniciativa privada, del mercado, de la competencia, del liberalismo es parte del acostumbrado pensamiento mágico. Los remedios que hasta ahora hemos encontrado al capitalismo han sido peores que los males que debían curar. No nos queda que la reforma; el retorno del Estado como regulador en sectores estratégicos y en ámbitos de vida que eviten un creciente desgarramiento de la sociedad entre super-ricos y masas de indigente. Y esto sólo será posible construyendo nuevos equilibrios entre capitalismo y un socialismo liberal.

Ahora bien, una izquierda que permanezca amarrada a la visión de la superación del capitalismo y del liberalismo sólo atrasará las reformas requeridas antes que populismo y despotismo (supuestamente iluminado) resulten cada vez más atractivos para masas crecientes de individuos desesperados y sin perspectivas de una vida decente.

En síntesis, no es sólo el capitalismo que requiere reformas profundas para no entrar en ruta de choque con una sociedad desgarrada y un ambiente natural peligrosamente deteriorado. También la izquierda necesita repensar sí misma a menos que quiera que en defensa de la ciudadela de la virtud totalitaria el mundo vaya hacia desastres sociales y ambientales posiblemente irremediables. En este momento de la historia humana ni el capitalismo ni un socialismo liberal son prescindible. La urgencia estriba en encontrar un equilibrio superior al actual para evitar los desastres paralelos que pueden venir de la apología de la conservación o de una revolución proféticamente impoluta.              

1989 abrió el horizonte en una parte del mundo (aunque después ese mismo horizonte se cubrió de tinieblas con varias versiones de populismo conservador) y lo cerró en otra parte aunque fuera abriendo pequeños resquicios de autonomía individual en un país totalitario. Clio, la musa de la historia, sigue siendo incomprensible.

Publicado en Internacional